El psicólogo
miércoles, 25 de noviembre de 2009
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Llevo unos meses yendo a un psicólogo. Si no recuerdo mal, voy desde el pasado Marzo aproximadamente. Hasta entonces, jamás se me había pasado por la cabeza el acudir a uno. No por qué tuviera algo en contra de ellos, o por lo que pudiera suponer el ser tratado por uno. Si no por qué nunca antes, había sentido en mí, la necesidad de requerir de una ayuda externa para lograr poner en orden mi universo mental.
Siempre he sido un hombre muy racional (con sus traumas y encalles como todo el mundo), y muy fuerte emocionalmente hablando. También algo distante desde un punto de vista emotivo, y un poco demasiado realista por lo general. Lo que me ha ayudado, a aprender a afrontar cualquier gran golpe que la vida me haya lanzado, sin miedo, y con mucha sangre fría y aceptación. Ni nada en esta existencia me sorprende, ni nada en esta existencia me choca. Todo es posible. Y uno tiene que estar preparado para lidiar con cualquier tipo de obstáculo que se interponga en el camino. Aunque eso no quiere decir que no le lleguen a afectar. Toda acción o cambio conllevan una reacción en positivo o negativo.
A finales del invierno pasado, y tras un año de estar cuidando de mi madre, peté. El desgaste psicólogico al que había estado sometido por ella (más bien por su aún no detectado Alzheimer), me sobrepasó. Y por primera vez en mi vida, mi nivel de aguante y mi fuerza mental alcanzaron su tope y límite de saturación. Por eso, que cogiera el teléfono y pidiera hora con un profesional.
Me conozco muy bien. Sé hasta dónde puedo llegar, o cuánto puedo tragar. Y pasado ese punto (que hasta lo de mi madre no había conocido), me es imperativo compartir mis raciocinios con alguien capaz de encaminarme en la ruta más adecuada. No pasa absolutamente nada por admitir que no puedes cargar con todo, y que hay instantes en los que estás tan quemado y agotado que te ves al borde del colapso psicológico. No pasa nada. Por qué somos humanos. Y también tenemos derecho a estar mal y a que este mundo del cuidado de un ser querido enfermo nos supere en ciertas instancias. No pasa nada.
Con el tiempo te das cuenta de lo importante que un psicólogo puede ser para ayudar al cuidador a mantener un cierto equilibrio mental. Estamos sometidos a mucho. Vemos mucho. Sentimos mucho. Y vivimos muchas cosas con el enfermo que otras personas (ni las más cercanas) pueden imaginarse. El desgaste y la presión son en ocasiones intoxicantes, y te sientes ahogado, atado a una responsabilidad que se te queda grande en muchos momentos, y perdido.
Cualquier especialista o persona que tenga conocimiento sobre la enfermedad, y lo que supone para el cuidador, te aconsejarán que busques un punto de apoyo. La familia y la gente cercana son muy importantes. Pero no substituyen el trabajo de un profesional.
De la misma manera, me decía hace unos meses una amiga, que cuando te duele un diente vas al dentista o cuando te duele un músculo vas al traumatólogo, cuando tienes angustia o estrés o algo te da vueltas en la cabeza que no consigues solucionar, vas al psiscólogo.
Ir a un psiscólogo es de alguna manera el reconocer que no estás bien y que buscas ayuda. Tú puedes estar en ese punto en el que te veas al filo de la extenuación, y que estés considerando acudir a un psicólogo. Pero que no lo tengas claro por lo que eso constituye.
Mi consejo:
No tengas miedo y pide ayuda cuando tengas que hacerlo. Nadie espera que seas perfecto o que no sufras. Te recomiendo, si no lo estás haciendo ya, que te involucres con un grupo de apoyo o hables regularmente con un especialista. Los que se lo guardan todo para ellos e intentan llevar el cuidado desde la soledad e incomunicación, son propensos a caer en lo que se llama 'síndrome del cuidador'; del cual hablaré en la siguiente entrada.