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Viajar

viernes, 14 de enero de 2011 Leave a Comment


A mi madre siempre le ha gustado viajar. Primero por trabajo, y después por placer, mis padres tuvieron la gran suerte de conseguir recorrer juntos casi todo el mundo. Cuando no se hallaban pateando las calles de una ciudad que no era la suya, se pasaban las horas planeando su próximo punto de destino y recordando con nostalgia el anterior.

Fallecido su compañero de aventuras, una de las cosas que más ha extrañado, ha sido ese ritual trimestral del sentarse junto a él entre mapas y rutas de viajes, preparar las maletas una semana antes de partir, y subirse a un barco, un coche, un tren o un avión que la llevara a conocer otras urbes, culturas, enclaves, parajes y gentes, de la mano del amor de su vida. Recuerdo como siempre regresaba de mucho mejor humor; mucho más positiva; mucho más feliz. ¿Quién no vuelve así después de un viaje, no? Aunque, en su caso, al sufrir de una ciclotímia crónica, el poder escapar de su rutinaria vida aquí en Barcelona, le proporcionaba un tipo de oxígeno vital muy especial, que no parecía encontrar en ningún otro estado, salvo en el del amor que sentía por su pareja.

Los primeros tres meses tras la pérdida de su esposo, mi madre estaban bien; extrañamente bien. Demasiado eufórica desde mi punto de vista, conociéndola a fondo como yo la conocía. Les decía a mis hermanos que eso no era normal. Que iba a petar. Y casi noventa días justos desde la muerte de mi progenitor, se rompió de la noche a la mañana en mil pedazos.

El duelo, combinado con su ciclotímia crónica, con su propensión a la ansiedad y la depresión, y con el hecho de que siempre había sido una persona emocionalmente dependiente de su marido, le llevo a un desiquilibrio tal (descrito en las primeras entradas de este blog) que decidimos llevarla a ver a diferentes profesionales para determinar lo que estaba ocurriendo. Todos concluyeron con que había desarrollado un Alzheimer nivel 5. Cuando esto ocurrió, yo ya llevaba 2 meses viviendo con ella.

Después todo fue muy duro; tremendamente complicado. En pocas semanas se había transformado en otra persona. Mejor dicho, su 'yo' se había esfumado por completo. Se había convertido en una sombra de quién había sido. Hacía siete maletas al día. No me reconocía. Tenía visiones. Se ponía agresiva. Desconfiaba de todos. Se escapaba de casa y se perdía por la calle. En definitiva, sus acciones eran de manual de enfermo de Alzheimer en un estadio moderado-severo.

Durante dos años no salimos de la ciudad debido a sus confusiones y gran desorientación. Los médicos determinaban que lo mejor era, como es lógico, moverla dentro de zonas conocidas que le aportaran una ciertas estabilidad, tranquilidad y seguridad, introducir nuevas rutinas, horarios, y un sinfín de pautas que no hace falta que os explique porque ya las conocéis muy bien por propia experiencia.

Desde entonces he estado luchando contra el viento y la marea de esta enfermedad. Nunca me he rendido. Y no sé realmente cómo, o quizás sí, he logrado algo casi milagroso. Su Alzheimer no sólo se ha estabilizado, sino que según los expertos, ha remitido considerablemente. Lo cual sucede en un  escaso 1% de los casos.

Así pues, mi madre ha mejorado tanto, que este verano pasado, decidí (como parte de mi terapia personal que llevo realizando con ella desde que enfermó) hacer la prueba y llevármela unos días de viaje a la isla de Menorca (un lugar al que ella solía ir mucho con mi padre a media hora en avión de Barcelona -para los que no lo sepan-) y ver cómo le sentaba la experiencia. Si viajar era algo familiar, placentero y corriente en su vida cuando estaba bien, mal no le podía sentar. Esa era mi creencia.
Esas mini-vacaciones de cinco días en Menorca a finales de Julio, fueron un éxito rotundo. Y nada más volver del viaje, me preguntó cuando comenzaríamos a planificar el siguiente.

Como desde Agosto me ha seguido insistiendo sobre el tema con una lógica aplastante. Y viendo como la simple idea de cambiar de aires, aunque fuera por un breve espacio de tiempo, devolvía parte de esa luz perdida a su mirada. Me puse a buscar en Noviembre billetes baratos para darle una sorpresa e irnos, transcurridas las vacaciones de Navidad, a visitar a una amiga suya de la época del colegio que vive en Las Palmas de Gran Canaria, y con quien sigue manteniendo una estrecha relación.

Esta vez el viaje iba a ser más largo. La duración del vuelo sería de unas tres horas. Y eso devendría un nuevo reto a superar. Pero como para ella el volar es algo a lo que está muy habituada -e incluso le relaja-, nunca me preocupó. Sabía que eso era en lo que menos me tenía que preocupar.

El viaje ha sido como un bálsamo para ella. Ha logrado romper con la pesadez del invierno, con la tristeza de las largas y oscuras tardes, y con el aburrimiento de la monotonía. Se ha recontrado con alguien de su pasado con quien ha podido rememorar anécdotas de su ayer en común. Ha recargado sus pilas con las altas temperaturas y el sur de las islas. Y al habernos hospedado en casa de su buena amiga, se ha sentido segura y protegida en un entrañable ambiente familiar.

Hoy está cansada. Estamos cansados. Pero está serena, feliz y en calma. Cuando termino esta entrada ella ya hace una hora que se ha acostado. Y creo que se siente un poco más contenta consigo misma por el esfuerzo que ha hecho y lo bien que ha respondido. 

Y es que somos muy afortunados. No puedo estarle más agradecido a la vida.

No sé como planean otros cuidadores directos el tema de las vacaciones. No sé cuales son vuestras experiencias. Supongo que habrá de todo: los que se los llevan de viaje, los que prefieren no moverlos de su entorno cotidiano, y los que querrían pero no pueden permitírselo. Desearía que tod@s pudieran.

Desde mi perspectiva y situación, claro -como siempre digo, cada enfermo es un mundo-, es una experiencia única. Pues aunque sigas desempeñando tu labor mientras estas de vacaciones con tu ser querido enfermo. Y no acabes de disfrutar y desconectar como lo haces cuando te vas a algún sitio por tu cuenta para tomarte un respiro y recuperar un poquito de tu vida y tu 'yo'. Ambos os encontráis a otro nivel. Ambos tenéis la oportunidad de relajaros; de volver más recargados energéticamente, más descargados de tensión. 

Hoy ya me ha preguntado sobre los planes de verano. Le he contestado que aún falta mucho. Pero me ha alegrado ver que en ella ha nacido un poquito de ilusión.

El sol sigue brillando a través de los nubes de tormenta. Y eso es bueno. Eso es muy bueno.

Tras cuatro días desconectado del mundo de las comunicaciones, vuelvo a estar aquí. Esperando y deseando que este blog y sus entradas os sigan aportando algo.

Y para concluir, le quiero dar las gracias a la fantástica gente de Gran Canaria por su cordialidad y simpatía. Desde aquí les mando un cordial saludo.