Una de policías
miércoles, 9 de diciembre de 2009
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Hoy me han despertado a las 8 de la mañana el ruido de las voces de mi madre y un operario del barrio entrando en mi dormitorio de golpe.
Mi primera reacción ha sido la de saltar de la cama totalmente dormido sin entender lo que estaba pasando. Mientras él me repetía que habían encontrado a mi madre en la calle y que la policía estaba en el pasillo esperando a hablar conmigo, ella, confusa y desorientada, no acaba de comprender lo que estaba pasando ni el por qué del revuelo creado y yo alucinaba.
La imagen ha sido totalmente surrealista. '¡Buena manera de empezar el día!', he pensado.
Doy por hecho que a muchos de vosotros no os parecerá tan raro. Cosas así le pasan a la mayoría de cuidadores en algún momento de la enfermedad por muy en alerta y atentos que estén (siempre hay un minuto en el que se les pierde vista -por estar durmiendo, en el aseo, cocinando, limpiando o al teléfono-). Es casi imposible que no te la puedan hacer cuando bajas la guardia. En mi caso, aunque no ha sido la primera vez que experimento algo así, jamás antes había tenido que tratar con la policía -directa o indirectamente- por suerte.
Supongo que hay una primera vez para todo.
Lo sucedido me ha impactado -o sorprendido mejor- pero no me ha extrañado. Tengo el Alzheimer muy asumido y me lo espero todo de él. Es el peor enemigo que una persona puede tener.
No es que mi madre no haya tratado de escaparse ya en alguna ocasión. Hace pocos meses lo intentó un par de veces. En la primera la detuve antes de irse por la puerta. Y en la segunda acabé bajando corriendo a la calle en pijama para encontrármela parando a un taxi en la puerta de casa. Eso sí que fue una escena tragi-cómica de película de Almodovar. Algo como la de hoy, pero montando el espectáculo a hora punta en medio de una calle con mucha actividad y llevando yo boxers en lugar de pantalón largo.
Al salir de la habitación me he topado con dos agentes que me han explicado que un taxista les había llamado, cuando mi madre se ha subido a su coche con una maleta pidiéndole que le llevara a esta misma dirección. Sin saber que decirle a mi madre y viendo que no estaban bien, ha cerrado los pestillos para que no saliera del vehículo y ha contactado con ellos. Por sus caras he deducido que esto es algo a lo que están muy acostumbrados. Yo aún no lo estoy.
Es tremendo lo que esta enfermedad te puede llevar a hacer o pensar. No me puedo imaginar lo terrible que debe de ser para uno el verse encerrado en una mente sobre la que no se tiene control. Por que mi madre cuando está muy cuerda y razona bien, así es como me dice que se siente en esos momentos.
Luego la he acostado un rato. Intuía que había hecho algo que no estaba bien. Se ha puesto a llorar y me ha preguntado porqué le pasaban esas cosas.
A uno se le rompe el corazón al verles sufrir de esta manera. Por una parte quiero tenerla así el mayor tiempo posible para disfrutar de ella pues todavía se entera de mucho. Por otra deseo que llegue el punto en el que pierda esa consciencia, sólo por que al menos sea ella la que deje de sufrir emocionalmente. Nosotros podemos cargar con ello. Ellos no deberían tener que hacerlo.