Los centros de día
lunes, 9 de noviembre de 2009
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Honestamente, tengo muy poca experiencia en lo relacionado con este tema. Y por eso, que en una de las entradas anteriores titulada 'Así empezamos', pidiera un poco de tiempo para tratarlo por separado y poderle dedicar unas horas para la reflexión. No sé muy bien aún como exponer este tópico, o que recomendaciones podría daros como cuidador "experto". Pero lo voy a intentar.
Antes de hacerlo, por eso, me gustaría dejar claro que lo mío es tan sólo una opinión basada en mi experiencia personal y sobre un caso determinado. No debes seguir lo que diga al pié de la letra, y sí tomarlo como una sugerencia gratuita, orientada a verter luz sobre las sombras de tus dudas. Mis consejos, observaciones y sugerencias, son una pieza más de información que pueden ayudarte, en parte, a resolver el gran puzzle mental y conductual que esta enfermedad supone. Pero no son un manual al que dirigirse como si fuera una biblia dónde las normas y leyes están escritas a fuego, omitiendo la importante y valiosísima visión de un médico, especialista o profesional. Ante una duda importante consulta con ellos. Y si es con varios mejor. Forma entonces tu propia opinión y actúa desde tu ética, moral y coherencia personal. Déjate aconsejar e informar, pero no hagas por que así te lo indican. Recopila información, analízala, supesa lo bueno y lo malo de cada opción, y coteja para extraer aquello que más te conviene. Y haz, lo que creas siempre mejor para tu ser querido. Por qué en el fondo, tú eres el único con el derecho real para decidir. Y si eres un cuidador, y sabes lo que supone, sé que escogerás adecuadamente y con el corazón.
Nosotros (mi familia y yo) no somos aún usarios de dicho servicio, todavía. Sí que recurrimos a éste para que nos orienten y apoyen como tal -en otra entrada me centraré en explicaros cómo-. Pero mi madre no acude a ellos de manera regular. No quiere. Y mientras ella no quiera y me razone el porqué, no pienso forzarle a ello. Sí que es cierto que lo intentamos. Pero no era el momento. Si escuchas desde la razón, sopesas desde la consciencia, y valoras la necesidad de integrar al enfermo a una rutina que incluya el centro de día desde el sentido común, sabrás mejor que nadie, cuando ha llegado ese instante en el que la enfermedad te ha superado, y tú ya no te ves con la fuerza, conocimiento y capacidad de seguir haciéndolo por tu cuenta. Admitir eso tampoco pasa nada. Nadie te va dilapidar, ni criticarte por ello. Ni tu deberías sentirte mal por ello tampoco.
En otra entrada daré mi opinión sobre aquellos a los que les resulta más sencillo meter al enfermo en un centro o residencia con tal de quitarse ese problema de encima, partiendo desde el egoísmo. Para mí, ese tipo de personas gravitan en otra categoria. No seré yo quien les critique por tomar ese camino. Pero poca simpatía y entendimiento encontrarán en este cuidador. Cuidar de alguien no es fácil. Intentar mejorarles el nivel de vida y ofrecerles dignidad en su proceso de decandencia es lo ideal. Y abandonarlos es de cobardes.
Cuando llegue el momento adecuado para planteárse una plataforma de asistencia profesional, ya lo sabrás. Tu corazón te lo dirá. Hasta entonces, déjate fluir y actúa desde el amor. Quiérelos hasta el día que te falle la fuerza, la voluntad y la capacidad. Y después, demuestra ese gran amor dàndoles un cuidado mejor del que tu podrías ofrecer. Pero no los olvides. Ellos, por mucho que lo parezca, tampoco te olvidan a tí.
Ese día, en el que finalmente accedas a dar ese gran y doloroso paso por el bien del enfermo, no deberán existir dudas o remordimientos en tí, y sí, la satisfacción de haberte entregado al máximo y haber hecho todo lo que estaba en tu mano. Les habrás dado mucho más de lo que otros les habrán dado en toda su vida. Y no olvides que ese gran sacrificio que has hecho por ellos -el de darles tiempo de tu vida-, ha surgido del amor más puro y leal.
No te dejes sobre aconsejar, ni convencer, ni presionar, a que accedas a dejar unas horas al día a tu ser querido en un centro de día, si así no lo consideras. Un centro serio y sensible, nunca te presionará a que lo hagas si no os sentís preparados para dar ese paso.
Mi madre, a pesar de que se encuentra en un nivel 5, por suerte, no ha llegado a ese punto en el que le sea realmente necesario el asistir a uno. Los profesionales nos lo recomendaron. Puesto que cuanto antes empiezen a ir a uno, más rápido lo aceptarán y se integrarán. Si uno espera mucho (por miedo, culpabilidad, dudas, o negación) para llevarlos por primera vez, entonces se puede encontrar más adelante, que sea imposible el aclimatarlos a ese nuevo mini-universo. Y no lo acepten.
Yo constantemente me pregunto si con sólo el hecho de llevarlos, estás de alguna manera, empujándoles a sentirse más enfermos, apartados, rechazados, controlados e inútiles. Como mi madre me dijo cuando visitamos uno durante un par de días seguidos: 'Si me metes aquí, mi enfermedad irá a más y más rápido. Si acabo en un sitio de estos me moriré de prisa. Me perderéis'. Mi madre no hablaba a través de su enfermedad. Mi madre era muy consciente de lo que había presenciado. Y yo, le prometí que nunca la llevaría a un centro de día. Y jamás pienso hacerlo. Aunque respeto a los que lo hacen por no disponer de otras opciones o medios. Los respeto enormemente.
Las actividades y rutinas que les planifican en esos sitios son entretenidas, didácticas, simples y estimulantes, y la atención que se les presta está muy personalizada y diseñada de manera muy individualizada. Pero claro, y siempre hay un pero, la realidad es que los centros de día no dejan de emanar un look extremadamente deprimente de pseudo-residencia, donde los enfermos están atendidos, vigilados, y aparcados. A esto último no me refiero a que los cuidadores de estos centros les tengan apartados -no los que yo conozco almenos-. En los que he visitado, les tratan con mimo, cariño y muchísimo respeto. Y es de reconocimiento público la labor que desempeñan estos profesionales. Lo hacen por vocación, y eso se percibe.
En un centro de día ves de todo. Y ser testigo directo de ese futuro por el que muchos pasaremos, es para ponerse a llorar ahí mismo. Yo ya tenía la experiencia de haber ido a visitar a mi abuelo cada domingo durante años, a una residencia en la que había tenido que ser ingresado por su avanzado estado de Alzheimer. Pero verlo de nuevo, esta vez desde una consciencia adulta y siendo tu propia madre la afectada, impacta. Nunca te acostumbras a presenciar tan de cerca el triste devenir de la decandencia humana. La vejez es terrible. Y la siento más como un castigo y una lacra, que como el cumplimiento de un ciclo desde el que uno mira atrás desde la sabiduría de la experiencia y el trecho recorrido. Ver a gente en sus diferentes estados de deterioro es deprimente. Los hay de todo: los que se evacúan encima, los que están todo el rato durmiendo, la que se pasa dando vueltas al recinto cada diez minutos, los que más o menos se enteran pero que te preguntan mil veces tu nombre, el que se cree que eres su hijo, el que se intenta escapar reiteradamente, el que se cree que está en la oficina, etcétera, etcétera, etcétera.
Esa es una parte de esta nuestra realidad en este planeta que muchos no vemos, no queremos ver, o hacemos ver que no existe.
Este Agosto pasado, y después de que nos hubieran hecho un estudio y una valoración del estado cognitivo de mi madre, la organización ISPA nos invitó a participar en su centro de día durante un par de mañanas, para probar si mi madre sería capaz de integrarse en este tipo de ambiente y testar así las aguas.
Dos mañanas seguidas fuimos ella y yo, de 11 a 13.30, y nos sentamos como observadores externos para ver qué rutina y actividades les hacían hacer a las personas que estaban ahí. Ambas veces, al salir, mi madre se me cogió fuerte del brazo, me miro con cara de pánico y me dijo que ahí no quería volver. Y añadió que no le gustaba ver lo deteriorada que estaba la gente en ese lugar, aparte de lo citado en el otro párrafo. Se sentía mal. Verse rodeada de esas personas le hacía darse más cuenta de como iba a acabar ella y de lo mal que estaba.
No quiero generar ningún tipo de dudas acerca de si es beneficioso o no para el enfermo el participar en estos centros. Ni abrir ningún debate en lo relativo a cuidar tú de alguien en casa vs. el que un grupo de profesionales se encarguen de cuidar de esa persona. No se puede comparar una cosa con la otra. Argumentos que inclinen la balanza hacia un lado u otro, hay muchos y muy pesados. Cada vertiente comporta una serie de positivos y negativos respecto a la otra. Y al final, quien tiene que decidir como quieres llevar el cuidado y la vida del enfermo eres tú, o tú y la familia.
Se puede caer en la trampa de creerse que uno lo puede hacer todo, que no quieres ver a esa persona a la que quieres metida allí. Si no lo quieres hacer, que no sea por no haberlo visto con tus propios ojos y haberlo probado.
El factor tiempo y el factor dinero también influyen. Hay mucha gente que seguramente querrían hacer lo que tú y yo estamos haciendo, pero no les es posible por que tienen sus trabajos, sus rutinas, sus vidas montadas, su necesidad para sacar adelante a una familia, y que para ellos es la mejor solución. Otros determinarán que a la larga, el tenerlo ahí es beneficioso para su ser querido: le asean, le dan de comer, está protegido, le estimulan cognitivamente y puede relacionarse con otros individuos para mantener activa su capacidad de comunicación verbal.
Entiendo todas esas posturas. Cada situación, cada familia y cada proceso es un mundo.
Pero para mí, no hay nada como el que alguien a quien ellos quieren y en quien confían, sea el encargado de protegerlos, asistirlos, acompañarlos en ese camino de tinieblas, estando en un espacio que aunque a veces no reconozcan, les sea familiar y cálido.
Ese día, en el que finalmente accedas a dar ese gran y doloroso paso por el bien del enfermo, no deberán existir dudas o remordimientos en tí, y sí, la satisfacción de haberte entregado al máximo y haber hecho todo lo que estaba en tu mano. Les habrás dado mucho más de lo que otros les habrán dado en toda su vida. Y no olvides que ese gran sacrificio que has hecho por ellos -el de darles tiempo de tu vida-, ha surgido del amor más puro y leal.
No te dejes sobre aconsejar, ni convencer, ni presionar, a que accedas a dejar unas horas al día a tu ser querido en un centro de día, si así no lo consideras. Un centro serio y sensible, nunca te presionará a que lo hagas si no os sentís preparados para dar ese paso.
Mi madre, a pesar de que se encuentra en un nivel 5, por suerte, no ha llegado a ese punto en el que le sea realmente necesario el asistir a uno. Los profesionales nos lo recomendaron. Puesto que cuanto antes empiezen a ir a uno, más rápido lo aceptarán y se integrarán. Si uno espera mucho (por miedo, culpabilidad, dudas, o negación) para llevarlos por primera vez, entonces se puede encontrar más adelante, que sea imposible el aclimatarlos a ese nuevo mini-universo. Y no lo acepten.
Yo constantemente me pregunto si con sólo el hecho de llevarlos, estás de alguna manera, empujándoles a sentirse más enfermos, apartados, rechazados, controlados e inútiles. Como mi madre me dijo cuando visitamos uno durante un par de días seguidos: 'Si me metes aquí, mi enfermedad irá a más y más rápido. Si acabo en un sitio de estos me moriré de prisa. Me perderéis'. Mi madre no hablaba a través de su enfermedad. Mi madre era muy consciente de lo que había presenciado. Y yo, le prometí que nunca la llevaría a un centro de día. Y jamás pienso hacerlo. Aunque respeto a los que lo hacen por no disponer de otras opciones o medios. Los respeto enormemente.
Las actividades y rutinas que les planifican en esos sitios son entretenidas, didácticas, simples y estimulantes, y la atención que se les presta está muy personalizada y diseñada de manera muy individualizada. Pero claro, y siempre hay un pero, la realidad es que los centros de día no dejan de emanar un look extremadamente deprimente de pseudo-residencia, donde los enfermos están atendidos, vigilados, y aparcados. A esto último no me refiero a que los cuidadores de estos centros les tengan apartados -no los que yo conozco almenos-. En los que he visitado, les tratan con mimo, cariño y muchísimo respeto. Y es de reconocimiento público la labor que desempeñan estos profesionales. Lo hacen por vocación, y eso se percibe.
En un centro de día ves de todo. Y ser testigo directo de ese futuro por el que muchos pasaremos, es para ponerse a llorar ahí mismo. Yo ya tenía la experiencia de haber ido a visitar a mi abuelo cada domingo durante años, a una residencia en la que había tenido que ser ingresado por su avanzado estado de Alzheimer. Pero verlo de nuevo, esta vez desde una consciencia adulta y siendo tu propia madre la afectada, impacta. Nunca te acostumbras a presenciar tan de cerca el triste devenir de la decandencia humana. La vejez es terrible. Y la siento más como un castigo y una lacra, que como el cumplimiento de un ciclo desde el que uno mira atrás desde la sabiduría de la experiencia y el trecho recorrido. Ver a gente en sus diferentes estados de deterioro es deprimente. Los hay de todo: los que se evacúan encima, los que están todo el rato durmiendo, la que se pasa dando vueltas al recinto cada diez minutos, los que más o menos se enteran pero que te preguntan mil veces tu nombre, el que se cree que eres su hijo, el que se intenta escapar reiteradamente, el que se cree que está en la oficina, etcétera, etcétera, etcétera.
Esa es una parte de esta nuestra realidad en este planeta que muchos no vemos, no queremos ver, o hacemos ver que no existe.
Este Agosto pasado, y después de que nos hubieran hecho un estudio y una valoración del estado cognitivo de mi madre, la organización ISPA nos invitó a participar en su centro de día durante un par de mañanas, para probar si mi madre sería capaz de integrarse en este tipo de ambiente y testar así las aguas.
Dos mañanas seguidas fuimos ella y yo, de 11 a 13.30, y nos sentamos como observadores externos para ver qué rutina y actividades les hacían hacer a las personas que estaban ahí. Ambas veces, al salir, mi madre se me cogió fuerte del brazo, me miro con cara de pánico y me dijo que ahí no quería volver. Y añadió que no le gustaba ver lo deteriorada que estaba la gente en ese lugar, aparte de lo citado en el otro párrafo. Se sentía mal. Verse rodeada de esas personas le hacía darse más cuenta de como iba a acabar ella y de lo mal que estaba.
No quiero generar ningún tipo de dudas acerca de si es beneficioso o no para el enfermo el participar en estos centros. Ni abrir ningún debate en lo relativo a cuidar tú de alguien en casa vs. el que un grupo de profesionales se encarguen de cuidar de esa persona. No se puede comparar una cosa con la otra. Argumentos que inclinen la balanza hacia un lado u otro, hay muchos y muy pesados. Cada vertiente comporta una serie de positivos y negativos respecto a la otra. Y al final, quien tiene que decidir como quieres llevar el cuidado y la vida del enfermo eres tú, o tú y la familia.
Se puede caer en la trampa de creerse que uno lo puede hacer todo, que no quieres ver a esa persona a la que quieres metida allí. Si no lo quieres hacer, que no sea por no haberlo visto con tus propios ojos y haberlo probado.
El factor tiempo y el factor dinero también influyen. Hay mucha gente que seguramente querrían hacer lo que tú y yo estamos haciendo, pero no les es posible por que tienen sus trabajos, sus rutinas, sus vidas montadas, su necesidad para sacar adelante a una familia, y que para ellos es la mejor solución. Otros determinarán que a la larga, el tenerlo ahí es beneficioso para su ser querido: le asean, le dan de comer, está protegido, le estimulan cognitivamente y puede relacionarse con otros individuos para mantener activa su capacidad de comunicación verbal.
Entiendo todas esas posturas. Cada situación, cada familia y cada proceso es un mundo.
Pero para mí, no hay nada como el que alguien a quien ellos quieren y en quien confían, sea el encargado de protegerlos, asistirlos, acompañarlos en ese camino de tinieblas, estando en un espacio que aunque a veces no reconozcan, les sea familiar y cálido.