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Cuadrados

martes, 28 de septiembre de 2010 Leave a Comment


Hay gente así. Hay gente cuya mente es como el cubo de hielo de esta fotografía: cuadrada, fría, insensible y demasiado estructurada para mi gusto. Hay gente cuya inteligencia emocional se asemeja a la del agua congelada. No fluye. Está muerta, estancada. 

Me molesta mucho, muchísimo, cuando, paseando por el barrio o entrando en un comercio al que mi madre ha sido asidua durante años y la conocen, ciertas personas me preguntan o me comentan -delante de ella- cosas como: '¿Se entera?', '¡Qué pena me da!', '¡Qué mal la veo!', '¿La vistes tú?', '¡Qué guapa la llevas!'. Me toca. Me ofende. Me indigna. No por mí. Sino por ella. Mi madre puede tener Alzheimer, pero ante todo es un ser humano, no es un muñeco, ni es un cadáver andante. Los enfermos de Alzheimer pueden tener problemas de comunicación, pueden parecer que están en otro mundo, pueden no relacionarse del mismo modo que lo hacemos nosotros, PERO, ¿quién dice que no sienten, que no entienden en su interior cuando alguien les trata como si fueran plantas, que no saben cuando se les diferencia e inferioriza? Por supuesto que lo reconocen. Aunque comunicación y sentimientos sean dos universos aparte. Antes de aprender a hablar, a relacionarnos socialmente, a caminar o a comer incluso, ya sentimos. El sentimiento, la energía, el calor, el afecto, vienen primero. Después viene el aprender el idioma, el comportarse, el interactuar dentro del colectivo humano. Si no, mirad a los fetos, a los recién nacidos, a los bebés. Son sentimiento en estado puro. Nacemos dándolo y buscándolo. El amor es lo único que nos aviva el fuego interior. Esa es nuestra esencia. Pero a medida que crecemos y nos asentamos dentro las normas y reglas de comunicación social utilizamos las palabras como instrumento básico a través del cual expresar. esa dimensión interna y abstracta del sentir. Y a pesar de que con el Alzheimer uno pierda esa capacidad de dominar el lenguaje verbal, no significa por ello que perdemos la capacidad de comprender el mensaje en las palabras del otro. Que se olviden de hablar o de dialogar o de componer conversaciones no da por hecho que se olvidan de lo que desde fuera se les está comunicando. Entienden aunque extravíen el poder de procesarlo y expresarlo hacia el exterior.

Hoy hemos estado en la podóloga. Mi madre ha ido a visitarla regularmente durante más de quince años. Hacía mucho tiempo que no la llevaba a ella puesto que a menudo le arreglamos los piés en otro sitio o en casa. Pero ayer nos topamos con ésta por la calle y mi madre le pidió hora. Esta mañana la he acompañado y, mientras se hacía la pedicura, he aprovechado para ir al mercado a hacer la compra.  He vuelto a la consulta cargado con mis bolsas de fruta y verdura. He esperado sentado en un banquito pacientemente; en eso uno tiene ya mucha práctica -en lo de esperar, claro está-. Y cuando han acabado, la señora me ha hecho pasar a la sala para pagar, me ha mirado y me ha dicho en su propia cara: '¡Qué bajón ha dado!'. 

Me ha resultado tan alucinante lo que me ha soltado que, automáticamente, le he espetado un '¡¿qué?!'. Y me ha vuelto a decir: 'Digo que ha pegado un bajón muy grande'. Igual la mujer quería transmitirme empatía. Ni lo sé. Ni me importa. No es lo que se pretende. Es como se comunica. Lo que se proyecta desde dentro. No quiero que mi madre evoque ni pena, ni preocupación, en personas que no son relevantes ni en mi vida, ni en la suya. 

A sus palabras yo le he contestado con toda naturalidad: '¡Para nada, está mejor!'. 

Mi madre lo ha oido todo. La he visto apartar la mirada dolida. Sintiéndose mal por dentro. Con esa cara de niña herida e impotente que en ocasiones pone cuando se sabe que no es capaz de defenderse verbalmente. Seguramente a los diez minutos no se acordará de lo escuchado. Pero en ese instante reconoce muy bien lo que se está diciendo de ella y eso le hace sentir mal. Antes de morir mi padre y vivir el Alzheimer de mi madre, yo era de los de mente rápida y boca lista para disparar. De los que son políticamente incorrectos. De los que dicen lo que piensan. De los que no pasan ni una injusticia, ni un insulto, ni una ofensa hacia mí u otra persona. Ahora me pienso las cosas. No dejo que me afecten. Me rotan. Mi escala de valores e importancias se mueve dentro de otros niveles. A este tipo de gentes no les deseo que experimenten lo que muchos vivimos en silencio. Que no tengan a nadie con una enfermedad neurodegenerativa en su entorno. Que no las sufran ellas. Porque entonces sabrán lo que llegan a molestar ciertos comentarios; el mal que le hacen a esa persona; la negatividad que, inconscientemente, llegan a transmitir. 

La gente cuadrada me da lástima. Pasará por la vida sin conocer a fondo el mundo de las emociones hasta que se le presente una encrucijada de esas que te cambian la vida y giran tu mundo de arriba, abajo; y de abajo, arriba. Gente como esa no tiene ni idea de lo duro que es para alguien el verse en un deterioro sin freno desde dentro; el perder las herramientas de la comunicación y la expresión verbal. La gente no se imagina lo que duelen y molestan ese tipo de comentarios. A veces contesto en clave para que mi madre no sepa lo que digo. A veces miro mal. A veces me llevo el dedo a los labios para que se callen. O, sencillamente, contesto: 'Oiga, que mi madre se entera de todo, un poco de respeto!'. Pero la mayoría de veces no vale la pena decir nada. Es mejor sentir lástima por ellos, por su rigidez, por su estupidez, por sus vidas cuadradas y sus mentes pequeñas. Es mejor hacer como si nada, como el que oye llover y ni se inmuta. Habitualmente es mejor olvidar como hace mi madre.  Que continúen con sus almas estancadas en cubitos de hielo. Que yo seguiré fluyendo con la vida, con la enfermedad, con las lecciones que voy aprendiendo y con todo lo que todavía tiene que darme mi madre. Yo no soy cuadrado. Una vez vives el Alzheimer de cerca es imposible serlo. Y no siempre las palabras reconfortan. A veces es mejor no decir nada y dar un abrazo, un beso, una caricia o regalar una sonrisa. A veces desearía que la gente pensara un poquito antes de hablar. Al fin y al cabo lo único que importa realmente es el sentimiento. Y si no tienen nada positivo que aportar prefiero que no aporten nada y que pretendan que no pasa nada. De preocuparme me encargo yo.