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Un libro que recomiendo...

jueves, 4 de febrero de 2010 0 comentarios



'Oricalco' es la nueva novela de Julio Murillo Llerda, que se publicará el próximo 13 de Abril en España. El autor, que ha sido finalista y ganador del premio de novela histórica Alfonso X El Sabio por sus obras 'Las Lágrimas de Karseb' y 'Shangri-La' respectivamente, nos presenta esta vez, una trepidante historia de misterios, secretos y antiguas leyendas relacionadas con la mítica Atlántida, que hará las delicias de todo lector. 'Oricalco' será publicada por la editorial MR Martínez Roca/Planeta. 

Gracias a Julio por darme la exclusiva del diseño de la cubierta. Hoy mismo ha salido del departamento de diseño de la editorial.

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La Belleza


 

Me encuentro ya en el punto, creo yo, tras tantos días de movimientos en los que sigo sumergido, en el cual me puedo sentar con calma sin sentir que voy corriendo con la lengua fuera y contra reloj, y centrarme en retomar aquel concepto de belleza del que hablé en una entrada pasada, y en la que prometí que dedicaría un post completo para poder explicarme mejor.

En mis 35 años de vida he vivido mucho y he visto muchas cosas, como la mayoría de vosotros supongo. He conocido el éxito y el fracaso personal y profesional. He pasado por experiencias increíblemente fantásticas y por otras tantas, o más, duras de tragar. También como todos. No soy una excepción. Por suerte.

Con todo esto, quiero decir que la vida nos lanza pelotas contínuamente y nos presenta con nuevos retos y obstáculos, intentando aleccionarnos sobre lo que es realmente importante en nuestro existir. Y estas clases magistrales de absoluto enriquecimiento espiritual, en ocasiones, se nos ofrecen recubiertas de exquisito chocolate, y en otras, de pura hiel. Y por mucho que nos gustaría quedarnos sólo con las que nos endulzan el paladar y dejar en el plato las que nos cortan el apetito, no tenemos más remedio que comérnoslas todas si queremos sobrevivir; físicamente hablando, claro. Por que a la vida y por vivir, no se le puede hacer ascos a nada.

Vivimos en una sociedad rápida en la que el culto a la imagen, a la juventud, a la salud, al Photoshop, al perfeccionismo en todos las aspectos más triviales, físicos y materiales, nos llevan a encarrilar, aborregados, nuestros caminos hacia metas u objetivos tristemente livianos e irrelevantes. Y también, a adoptar, por lo tanto, una visión distorsionada del concepto universal de lo que es o significa la belleza.

Como diría Roberto Benigni: La vida es bella. 

Perdonad el que no haya visto la película. Soy uno de los pocos que no lo habrán hecho. Pero es que hay un punto en la hiperfelicidad de este gran cómico italiano, que me produce un rechazo total. No lo soporto. 

Volviendo al tema, es desde esa creencia de que la vida es en sí el canon universal inapelable de belleza, del que parte la afirmación que hice el otro día, en referencia a que la veo en el proceso degenerativo de mi madre. 

Todo lo que forma parte de la vida es bello. Tanto el nacimiento de un bebé, como la muerte de un ser humano.

Recuerdo la muerte de mi padre con belleza. Eliminando el concepto de pena y de pérdida, el frío entorno hospitalario, y el miedo a estar delante de un moribundo -pues nos recuerda que somos mortales y que algún día estaremos nosotros en ese mismo lugar-, el ser partícipe del final del ciclo de su vida, era el ser partícipe del milagro de la vida y de la naturaleza. Porqué desde mi percepción, todo ello, todo proceso, todo momento, todo lo que se construye o deconstruye, todo lo que nace o fallece, es hermoso y contiene una belleza incalculable. Formamos parte del círculo de la vida, de un todo, de una unidad. Somos piezas de un puzzle inimaginable. La vida es nacimiento, crecimiento, madurez, salud, vejez, enfermedad y muerte. Con todo lo que ésta conlleva. Y la vida como tal, es perfecta en cada uno de sus sentidos, intenciones y acciones. Millones de estrellas nacen a diario y millones mueren a diario. Millones de seres nacen a diario y millones mueren a diario. Millones de células nacen a diario y millones mueren a diario. En toda la infinidad de un universo que lleva existiendo miles de millones de años. Ochenta años, por media, representan nuestra existencia física en él.

Viendo la vida desde una perspectiva tan amplia, y con el gran angular del cosmos como referencia, para mí, no hay nada en lo que no encuentre belleza.

El Alzheimer es horrible. No digo que no. El sufrirlo es espantoso. Como lo es el padecer de cáncer, sida, algun tipo de parálisis, discapacidad, enfermedad crónica o demás dolencias o situaciones negativas que nos podamos imaginar. Más trágico que el que mi madre tenga Alzheimer es el que se permita que tantos miles de personas mueran de hambre al día, o que no tengan agua potable, o que sean explotados sexual o laboralmente. Mi madre ha tenido una vida muy, muy, muy buena. Y la calidad de vida que se le da y de la que puede disfrutar, es incalculable y a muchos ya les gustaría tenerla. Aún enferma, es afortunada. Y sí tiene Alzheimer, pero sigue siendo un ser humano aunque su mente se riga por otros parámetros o se vaya borrando como un disco duro de presente a pasado, haciendo una perfecta involución y retroceso a la niñez, inocencia y posterior inconsciencia. Sin consciencia no hay dolor. En ellos, almenos.

Ha tenido una vida digna, tendrá un proceso digno y morirá dignamente. Y su vida en sí, como un círculo perfecto que se traza entre nuestro nacimiento y nuestra muerte, por el simple hecho de representar una parte de la existencia en sí, es bella aún con Alzheimer.

Fuente imagen: Stock.xchng

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