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Navegan

lunes, 8 de febrero de 2010 Leave a Comment


Habiendo hecho sus maletas, y colocado sus más preciadas y dispares pertenencias en improvisados hatillos y fardos, confeccionados con las sábanas de sus camas, los pañuelos de sus cuellos, o lo primero que encuentran a mano, se embarcan en viajes sin retorno por los mares de su memoria, rumbo a la puesta de sol del horizonte de su persona. 

Cautivados al principio, como niños confiados que no saben nadar, por los cegadores y resplandecientes destellos del sol jugando sobre la superfície de la quieta, incitadora y falsamente segura y firme plana superfície. Atemorizados después, como los chiquillos que parecen volver a ser.

Con sólo un billete de ida, ganado previamente en un peculiar sorteo, se montan en barcos que poco a poco les irán alejando de la orilla. Dejándonos, sin ellos saberlo, atrás. En tierra firme.

Se suben sin ser conscientes de los peligros que ello conlleva, ensimismados por la exitación del momento. Y mientras zarpan, se dan cuentan durantes esos breves instantes en los que un grumete eleva el ancla y las velas se desplegan, de que no estamos a bordo con ellos.

Al percatarse de que se marchan para no regresar, cambian de opinión y tratan de bajarse. Pero es demasiado tarde ya. La embarcación ha partido con ellos. Y no volverán a pisar el suelo más.

Desde cubierta intentan llamar nuestra atención y nosotros la suya, pero nadie puede hacer nada al respecto. Salvo el ir caminando paralelamente al barco, mientras éste costee nuestro continente, y mantener el contacto visual.

Nevegan. Navegan hacia su olvido, que no es el nuestro, surjando los mares de su memoria hasta los confines de sus recuerdos.

Y apenados por su lejanía y resignados por obligación, recordamos por ellos lo que fue, una vez, andar por los prados y las selvas de la vida y la conciencia.

Fuente imagen: Stock.xchng