viernes, 5 de febrero de 2010

La quietud


Hace un par de días me encontré con esta foto mientras navegaba buscando imágenes por Google, y me gustó tanto, que me la guardé esperando la ocasión para hacer buen uso de ella. La relacioné tan directamente con esos breves momentos de los que como cuidador puedo disponer para mí, que debía, de alguna manera, encontrar el modo de integrarla en este blog y plasmar ese sentido. Esta es quizás la primera vez que redacto una entrada alrededor de una foto. Siempre hay una primera vez para todo.

Cada uno podría darle a esta fotografía una interpretación propia y entenderla diferentemente. Unos la asociarían con la tristeza, la soledad o la melancolía, otros, con la introspección, la evasión o la asfixia. Yo la relaciono con la quietud. 

Con esa quietud que internamente alcanzo, cuando al final del día, tengo a mi madre completamente dormida, y sé, que puedo ponerme los cascos con el iPod sonando a todo volumen con los temas que antes me inspiraban a soñar, y tumbarme en la cama a escribir o leer, estando seguro de poder bajar la guardia por completo y desconectar de ese estado de alerta permanente en el que me parece hallarme. O cuando estando alguien entreteniéndola, me sumerjo en la bañera como hace este hombre, con el agua bien caliente, para durante unos minutos, no oir nada más que el silencio, el latido de mi corazón y mis propios pensamientos. 

Los placeres en la vida de un cuidador se componen de esos pequeños momentos. Se miden desde el lujo de tener la oportunidad de hacer uso del tiempo propio. Y la quietud, en esta etapa de la mía, significa el rencontrarme conmigo mismo. 

El enfermo olvida quién es pero el cuidador olvida quién ser.

Conseguir ser y estar contigo mismo y sentirte en control de tu rumbo sin perder tu identidad, es lo más difícil de hacer encajar dentro del papel que desempeñamos. Pero hay que hacerlo. Su vida no es tu vida. Tú escoges dedicar tu vida a hacer la suya mejor, en ocasiones uno es empujado a ello sin lograr optar a negarse, pero aún así tu vida y bienestar tienen la misma importancia que los suyos.

El cansancio y la quietud. La lucha y la paz. El movimiento y la tranquilidad. La tempestad y la calma. Entre ese ying y yang me muevo. 

Y la quietud, mi quietud, ese derecho propio a dedicarme a mí, es lo que a diario me suele pedir mi espíritu. Y se la doy, por qué es importante hacerlo. Aunque casi nunca pueda dársela cuando él me la requiere. 

Vuelvo a mirar esta imagen y no me canso de hacerlo.

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