A mi madre le chiflaban las flores. Conjugo el pasado del verbo chiflar, por que ahora apenas les presta atención. Entre sus favoritas estaban las hortensias, los geranios y los claveles rojos, y las violetas. Pero sus preferidas de todas siempre fueron las orquídeas. Cada 30 de Abril, fecha de su cumpleaños, mi padre se escabullía de casa temprano mientras ella aún dormía, para comprarle los mismos dos regalos: la orquídea más bonita que pudiera encontrar y un frasquito de Chanel Nº5.
Cuando mi padre murió, quince días antes del 75 cumpleaños de mi madre, quise continuar con parte de ese ritual especial que tenían los dos, tomar el relevo de mi padre, y a modo de guiño a su memoria y la relación que tuvieron, regalarle a mi madre un orquídea, como él había hecho durante cincuenta y cinco años de vida en común.
Este Abril pasado, mi madre cogió entre sus manos la orquídea que yo le había traído, con ilusión en sus ojos se la enseñó a una de mis hermanas, y dijo: 'Mira que orquídea me ha regalado tu padre.' Por unos minutos fue feliz. Luego se olvidó de la planta.
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